Primeros antecedentes del manga

Los antecedentes del manga se remontarían al período Heian (794-1185), época en que se originan la pintura yamato-e (大和絵) y e-maki (絵巻). Ambas son las primeras manifestaciones propias de arte en Japón, estableciendo una diferencia notable con el arte chino que venía influenciando todas las expresiones artísticas hasta ese entonces. El surgimiento de estos estilos nipones –ya propiamente dicho- se sitúa en un período de estabilidad económica, en el cual la aristocracia tuvo la tranquilidad suficiente para dedicarse al cultivo de las artes y la educación. Se le denominó pintura yamato-e a todas las escuelas que expresaban por medio de la pintura motivos o temas japoneses. La mayor parte de estos artistas se inspiraban en la ciudad de Kyoto para realizar sus obras, ciudad que es una vertiente inagotable de belleza debido a sus frondosos bosques y paisajes exteriores, elementos naturales propios y característicos de Japón. Esta inspiración en Kyoto (京都) produjo que los trabajos de estos artistas se caracterizaran fundamentalmente por el gran colorido e inmensa emotividad que expresaban, los cuales adornaban los interiores de templos y palacios. En la pintura yamato-e se pueden diferenciar cuatro tipos de representaciones, según los más entendidos en la materia: las inspiradas en paisajes japoneses, las que plasman los trabajos del año, aquellas atraídas por la literatura nipona, y por último, las que tenían motivos relacionados con las estaciones del año. La más importante escuela yamato-e era la denominada Tosa (土佐); poseedora de un estilo que mezcla la estilización de las figuras con la síntesis de las formas. A esta escuela se le atribuyen cuatro rollos monocromos llamados Chojugiga (鳥獣戯画), los cuales serían el primer antecedente del manga moderno. Los Chojugiga presentan a una serie de animales con características antropomórficas realizando actividades humanas. Las formas de los animales son perfiladas con suavidad y refinamiento: líneas simples dan forma a sus cuerpos. En las partes donde se ejerce presión, ya sea por una articulación de los miembros o simplemente por la textura del cuerpo representado, la línea se vuelve gruesa y cargada; sin tras esto perder ni una sola gota de la fluidez y soltura del movimiento de estos seres mágicos. El ambiente presentado en el que están inmersos estas figuras es vano, amplio y abierto; dejan los cuerpos una atmósfera de independencia y libertad en la economización de recursos: aquí hay una belleza en lo simple, lo simbólico, lo poco ornamentado y carente de detalles, es decir, en la sobriedad. En los Chojugiga, cada figura es incompleta, en el sentido que siempre nos evoca a algo más, algo que está más allá de lo representado y que, por lo tanto, en la obra sólo se encuentra iniciado. Así, el artista nos da la responsabilidad de terminar la obra con nuestra imaginación.

Por otro lado, los e-maki eran representaciones artísticas de cuentos legendarios o relatos que combinaban dibujos con textos. Estas narraciones eran colocadas en forma de pergaminos, teniendo el lector una forma secuencial y única de leer el contenido. Fue en este tipo de representación que se origina el silabario propio japonés, el Kana. Este silabario le permitía al nipón expresar de mejor forma sus emociones, sentimientos y percepciones. Uno de los mayores exponentes de los e-maki son los Cuentos de Genji (Genji Monogatari), realizados alrededor de 1330 y atribuidos a la escritora Shikibu Murasaki. Los personajes –seres humanos- que aparecen en este pergamino mantienen la simplicidad y estilización de sus formas al igual que en la pintura Yamato-e, pero pierden parte de la fluidez de sus cuerpos, notándose más rígidos. Es la representación del príncipe Genji, abarcando su vida amorosa, su papel imperial y la vida de sus hijos tras su muerte. En este pergamino, las figuras adquieren una nueva cualidad: expresan sentimientos en sus caras, en la forma de la serenidad y dignidad de rostros inmutables y planos. Estas figuras humanas muestran sus estados de ánimo a través de sus posturas; sus actividades reflejan el mundo imperial y de la corte. El aumento –aunque cuidadoso de no caer en la exageración- de detalles en los ropajes, escenarios ornamentados, los quehaceres cotidianos y la atmósfera de la alta nobleza en la representación, nos deja menos a la imaginación.